Dios no envió a su hijo (ni a nosotros los cristianos) para condenar al mundo...
- ni a la hija o al hijo que ha dado algún mal paso
(porque los malos pasos no solo los dan las hijas)...
- ni a los que se divorcian y se vuelven, digamos, a "casar"...
- ni a los hijos e hijas pródigos
(los que se van de casa con cualquier pretexto y luego vuelven más golpeados que un balón de futbol)
- ni a las señoras que con el pretexto de que "su cuerpo es suyo", se deshacen del que no es suyo, a saber, del de su hijo por nacer...
- ni del amigo que nos jugó "chueco"...
Sino para que EL MUNDO SE SALVE POR MEDIO DE ÉL... y de nosotros, los cristianos, gracias a nuestra comprensión, paciencia, perdón, ejemplo, amor verdadero, y ayuda eficaz.
Tarea ésta no solo difícil, sino imposible, si nos olvidamos de que Dios también envío a su Hijo para que tuviéramos Vida, esa Vida que él nos comunica mediante la comunión con su Cuerpo y su Sangre, en nuestra Eucaristía Dominical.
Texto tomado del folleto dominical Vida del Alma de Buena Prensa No. 4131, 18 de marzo 2012
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